viernes, 23 de agosto de 2013

UNA RUBIA LLAMADA ÁMBAR

Flirteos cuquinarios del bracete de la cerveza zaragozana por las 'parroquias de El Tubo y otras Ínsulas Baratarias'

Texto y fotos: Diego Garanda
En la Sala de Redes y Control: Nacho Ruiz
Supervisión: Roberto Alonso

Fachada modernista de la Taberna Almau, en el corazón de El Tubo.



Siempre que visito Zaragoza tengo una cita ineludible con una rubia fresca y ligera de ropa que lleva Ámbar por nombre de guerra. La zaragozana, especialmente la de grifo, me cautiva una y otra vez, meciéndome en su procaz regazo y apagando mi sed estival. En mi último viaje -corrían días tórridos de julio- nuestro encuentro fue pasional.



Barra de Vinos Nicolás, y color de la cerveza Ámbar.

Los primeros tragos nos los tomamos en Vinos Nicolás, en la calle Estébanes, el corazón de El Tubo zaragozano. Al contrario que la mayoría de las cervezas industriales, la caña de Ámbar muestra redondez en sus curvas y un bouquet inconfundible que deja translucir el poderío del lúpulo e incita al bocado. Para las primeras refriegas me decanté por un queso Patamulo, de Samper de Calanda, villa quesera por excelencia de la Comunidad Aragonesa. Recordaba de otro viaje un queso semicurado, con acentos lácteos marcados y muy suave. No hubo sintonía. Tengo que reprochar a los responsables de Vinos Nicolás que me fastidiasen aquella primera cita después de tanto tiempo con mi Rubia favorita. El queso estaba seco como la mojama, cortado en cuñas, las puntas se rechivaban como implorando al dios de los truenos que descargase humedad sobre su maltratado cuerpo. No se puede tener un queso sin refrigerar en pleno mes de julio. Una pena.


La Taberna Doña Casta está especializada en croquetas.

Repudié los sinsabores lácteos de Vinos Nicolás y en dos pasos nos acomodamos en un ventanal de la Taberna de Doña Casta. A pesar del nombre, continué dando tragos a mi Rubia, eso sí, sin perder el control. Estaba igual de rica que en la acera de enfrente. Agasajamos nuestros paladares con un variado de croquetas: de jamón, queso y nueces; boletus y foie, cabrales y manzana; setas y queso de cabra; y morcilla con piñones. Todas ellas untuosas y de importante calibre.

Una copa de Masaché, de la Bodegas Pirineos, y una estupenda Gilda, en la Taberna Almau.

Con nuestras bocas repletas de recuerdos a bechamel, se impuso mi propuesta de un cambio de tercio. Otro de los sitios ineludibles de visitar en El Tubo es la Taberna Almau, una de las barras con más abolengo de la capital maña. Fundada en 1870, su fachada colorida y modernista contrasta con el interior oscuro, con estanterías repletas de vinos de todo el mundo y una carta de tapas y encurtidos que hacen salivar. Fue el momento de dar descanso a la Rubia con poder de ubicuidad. En una estantería cercana a un requiebro de barra, avisté una botella de Masaché, de las Bodegas Pirineos, elaborado con uva Macabeo de vendimia tardía y perfumado con Gewürztraminer y Chardonny. Un blanco repleto de sabores frescos y tremendamente sensual.

La sintonía del blanco de Enate y el Dulce de anchoas resultó fantástica.

Tras dos chatos y una Gilda rabiosa de vinagre, el camarero me recomendó probar un Enate, concretamente el Gewürztraminer 2012. En este blanco manda la uva. Su abanico aromático es como un jardín botánico en primavera con pequeñas pinceladas amieladas. En boca se abre de manera grandilocuente, acariciando el paladar con guante de terciopelo. Destaca su elegancia en el paso y su voluptuosidad con final envolvente. 
El listón estaba alto, los vinos de Somontano empezaban a ser unos serios competidores de mi acompañante Ámbar. Para acomodar la travesía del vino nos recomendaron un Dulce de Anchoa. Resultó ser una tapa sobre rebanada de pan tostado con crema de queso, anchoa en salmuera, confitura de tomate y unas virutas de chocolate amargo como colofón. La verdad es que estaba impresionante. Es una de estas creaciones que en un principio te hacen arrugar el morro, pero que cuando le hincas el diente, te quitas el sombrero y felicitas al culpable. Decir que los ingredientes eran de primera, sobre todo la anchoa: ni una raspa, en su punto de sal y con pleno sabor cantábrico.

Comedor modernista del restaurante Casa Lac. Arroz verde, Alcachofas con jamón y Crujientes de bacalao.

A la mañana siguiente, extramuros de El Tubo, concretamente en la calle Cantín y Gamboa número 9, entré a desayunar en el primer bar que encontré nada más salir del apartamento que habíamos alquilado para el fin de semana. El Pozal, así se llama la casa en cuestión. La sorpresa fue mayúscula. Uno no está acostumbrado a ver una barra vestida de gala, con más de 50 pinchos y tapas a eso de las nueve de la mañana. Os puedo asegurar que mi intención era tomarme el pertinente té matutino, pero, ¡ay amigos!, no me pude resistir. Eran demasiadas tentaciones para un penitente que había pasado la noche soñando en Ámbar. Allá que te fue, el primer trago del día a mi Rubia, recién levantada y lista para celebraciones. Una cañita fue suficiente. Su amargor lo acompañé con una banderilla con el vinagre justo y de un pincho de tortilla incontestable. Me prometí volver a una hora menos intempestiva y claro que cumplí.

José María Martínez, en la barra de El Pozal. Abajo, una tapa de Madeja: intestinos de cordero rellenos de ajos tiernos.

El mismo día, tras una buena comida a base de verduras y bacalao en Casa Lac y su correspondiente siesta, allí que me planté. En un par de sorbos, José María Martínez, dueño y camarero de El Pozal comenzó a diseccionarme la filosofía de su barra: “Lo nuestro es un negocio familiar, lo llevamos entre mi mujer, María Luisa (en la cocina) y yo. Los jueves, viernes y sábado hasta el mediodía, tenemos buen marisco y las tapas calientes las hacemos al momento. Lo que prima en esta casa es la materia prima. Somos un bar que está fuera del bullicio y atracción de El Tubo, pero te puedo asegurar que nuestros clientes son los más fieles de Zaragoza. El que entra repite, repite y repite”.
Me dejé aconsejar por José María y a los cinco minutos me cerró la boca con una tapa de Madeja. Se acabó el hablar... Intestinos de cordero rellenos de ajos tiernos, acompañados de tomate de huerta, puerro rehogado, pimiento y unte de ajoperejil. Una delicia para los que no hacen ascos a la casquería. Quienes hayan probado el Zarajo se pueden aproximar al sabor. La elaboración estaba en su punto: crujiente por fuera y fácil de masticar.
Siguieron otras propuestas como una tosta de anchoa con alioli y asadillo de pimientos rojos. Os puedo asegurar que fue el gran descubrimiento de mi último viaje a Zaragoza. Un bar de siempre, con productos de primera y una rubia Ambar cristalina y reposada. Una delicia. A partir de ahora mis visitas a la Virgen del Pilar comenzarán en El Pozal. Allí volveré a beber codo con codo con una Rubia llamada Ámbar.

No hay comentarios:

Publicar un comentario